Que el bosque no nos impida ver los árboles
30 julio, 2025 (06:31:24)Sí, ya sé que el refrán que se suele utilizar invierte los términos, alertándonos sobre el riesgo de perder la perspectiva general del problema por centrarnos en aspectos particulares del mismo. Sin embargo, en el caso del turismo en España (y la campaña de verano), me parece que está ocurriendo lo contrario. Seguimos con la fascinación de los récords y de llegar a los 100 millones de turistas extranjeros este año (y con las ampliaciones de instalaciones aeroportuarias de que se habla y el número de proyectos hoteleros en marcha…no digo más). Seguimos creciendo, ergo todo sigue viento en popa, sin reparar en los detalles de una realidad variopinta según los destinos (pongamos a nivel regional).
Igual que las magnitudes macroeconómicas no llegan siempre a reflejarse en el día a día de microempresas, pymes y trabajadores, estas macro cifras de turismo extranjero (con un turismo doméstico que no está para grandes dispendios) tampoco parece que, en general, estén reflejándose en niveles de gasto superiores que beneficien a todo ese tejido de restaurantes, comercios, etc. que giran alrededor del turismo. Dicho de otra manera: hay diferencias entre territorios porque las características de los destinos (su oferta, sus mercados emisores, sus políticas regulatorias, la actitud hacia el turismo de quienes allí residen) difieren. Lo de los 100 millones (con el récord que corresponda en cada Comunidad Autónoma) es el bosque; cada destino con sus especificidades constituye cada uno de sus árboles. Mucha gente deambulando y abarrotando playas o calles/plazas, incluso con altos niveles de ocupación hotelera, no implica necesariamente mucho gasto y mayor rentabilidad para el referido tejido empresarial local.
Aunque, más o menos a mitad de camino, ya tenemos algunas pistas sobre cómo va la temporada de verano, aún es muy pronto para hacer balance, teniendo en cuenta la tendencia a alargar la temporada, es decir, a viajar fuera de los meses que tradicionalmente han marcado la temporada alta (julio y agosto). Por ejemplo, según los hosteleros y comerciantes de destinos bastante populares, se ha conocido recientemente que el gasto en bares y restaurantes, así como en las tiendas, ha caído significativamente; también en la reserva de excursiones, achacando todo ello al auge de las ofertas “all inclusive”, a la venta ambulante ilegal, así como al encarecimiento de los vuelos, del alojamiento y de la alimentación, que hace que muchos turistas opten por llevar bocadillos o cocinar en sus apartamentos. El resultado es un menor gasto per cápita.
Parece que el llamado "efecto champán" causado por la pandemia se ha agotado. En todo caso, el turismo es una actividad económica que tiene sus ciclos o altibajos, influenciada por factores internos y externos. Por ejemplo, los turistas de toda Europa (especialmente de mercados emisores clave como Alemania y el Reino Unido) se enfrentan a un aumento de los costes que les lleva a contar con presupuestos más ajustados y, en consecuencia, a reducir el gasto discrecional en el extranjero, sea en su destino habitual o sustituyendo éste por otro.
En la práctica, esto puede significar:
*estancias más cortas, menos comidas en restaurantes y más autoservicio (en este aspecto los supermercados y similares salen ganando), menos compras en otro tipo de establecimientos, menos excursiones; o
*un cambio hacia alternativas económicamente más atractivas en otros países, como Turquía, Albania o Túnez, con destinos emergentes o reposicionados; incluso hacia destinos del interior de España que ahora se promocionan de forma más atractiva (véase la nueva campaña de Turespaña bajo el lema “Think You Know Spain? Think Again”); o incluso el efecto de las olas de calor y el cambio climático favorece las llamadas "coolcations", que implica cambios en la elección del lugar donde vacacionar.
Además de factores con incidencia transversal, existen factores específicos, como pueden ser:
*la dependencia excesiva del turismo de sol y playa en destinos maduros, con una oferta e infraestructuras varias del siglo pasado que necesitan evolucionar y recualificarse para adaptarse a las demandas actuales, lo cual exige inversiones cuantiosas y lleva tiempo; o
*problemas de imagen y reputacionales provocados por protestas antiturísticas que han recibido una amplia cobertura mediática, también en el exterior (en nuestros principales mercados emisores), afectando a la percepción de seguridad y al atractivo de algunos destinos. (Nota: Con relación a estas reacciones turismofóbicas en la población local, nunca me resisto a señalar que las referidas protestas han sido mal orientadas y/o interpretadas: los turistas no son el problema, sino la mala gestión del turismo).
Adicionalmente, cada destino tiene su estructura de mercado. Por ejemplo:
*Los hay que han dependido tradicionalmente del turismo chárter, principalmente de Alemania y el Reino Unido, que a menudo se vende como paquetes con todo incluido. Este perfil, característico de turistas más sensibles al precio, desincentiva el gasto local (ya que las comidas, bebidas y actividades se pagan por adelantado y se realizan en el hotel) y eleva la dependencia del volumen.
*Otros se han enfocado desde hace tiempo al turista joven y fiestero, a menudo de bajo coste, sensible a las fluctuaciones de precios, con bajo gasto per cápita y en declive debido a los cambios en las preferencias de las nuevas generaciones (orientación hacia festivales, viajes experienciales, Interrail, etc.). A esto se une la proliferación de ofertas de sol y fiesta (“party tourism”) en países como Grecia o Croacia, más baratas o menos tensionadas socialmente por restricciones para proteger a la población local.
*Alternativamente, hay destinos que atraen a visitantes con mayor motivación cultural, gastronómica, natural, y de mayores ingresos; es decir, turistas con itinerarios más flexibles y mayor implicación en las economías locales, lo que se traduce en un mayor gasto.
En suma, el tipo de turista predominante (tipo y origen, probabilidad de recortar el gasto y en qué conceptos, nivel de susceptibilidad a la narrativa antiturística, etc.) varía según los destinos y, con ello, su adaptación a las nuevas tendencias del mercado (un turismo más “slow”, el aumento del uso de opciones de alojamiento extrahotelero, como el alquiler vacacional de VUTs…) y sus resultados. En esta línea, es relevante mensurar la dependencia de los mercados exteriores, en la medida en que el mercado nacional no pueda compensar un posible declive de los mismos: en algunos casos, ya no son destinos asequibles para muchos españoles.
La cuestión de fondo es si, de verdad, tenemos claras las ideas acerca del futuro al que aspiramos, cruzando las tendencias del mercado (comunes para todos), con nuestros recursos y la base de clientes de la que partimos, que marcan las diferencias. Parecería que los discursos oficiales son bastante coincidentes, pero en la práctica hay muchos contrastes. Giran en torno a desconcentrar en el tiempo y en el espacio la actividad turística, así como en diversificar la oferta hacia segmentos de mayor valor añadido que mejoren la integración de la actividad turística con las necesidades y percepciones de la población local. Pero a la hora de llevar a la práctica el discurso, las cosas se complican: inercias, resistencias al cambio, falta de liderazgo, débiles mecanismos de gobernanza y capacidades de gestión…; cada destino, con sus peculiaridades, es un mundo. El bosque no es sino la suma de cada árbol, que tiene su propia vida.

Fuente: Pexels.
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