Misterios y leyendas de Palma
28 junio, 2016 (16:05:26)
Lo que se ve y lo que permanece oculto. El patrimonio de una ciudad lo conforman calles, monumentos y edificios emblemáticos, pero también historias y leyendas ambientadas en estos lugares. Palma, habitada desde hace miles de años, ha sido punto de encuentro y desencuentros entre culturas y su historia se refleja en las calles, muchas veces, aderezada por el tinte popular de las leyendas que se transmiten generación tras generación.
Varios puntos de la ciudad, como las murallas, el barrio judío, el Museo Diocesano o el Convento de Santa Clara, son escenario de estas historias ambientadas en diferentes épocas.
Los prisioneros de las murallas de Medina Mayurqa
Medina Mayurqa era el nombre de Palma en su época árabe, desde el año 902 hasta la conquista cristiana en 1229. De aquellos tiempos quedan algunas huellas como el arco de la Drassana, los baños árabes o los restos de la muralla en la Porta des Camp. Es precisamente en las murallas donde se ambienta la historia de los crucificados de la Medina Mayurqa.
Cuentan que, durante el asedio a la ciudad por las tropas cristianas de Jaume I, los musulmanes colgaron a varios prisioneros cristianos de las paredes de la muralla. Pretendían, de esta manera, conmover a los atacantes y evitar sus disparos. Fueron, sin embargo, los propios prisioneros los que exhortaron a sus compañeros pidiéndoles que no detuviesen la batalla por ellos. Tras la ofensiva, por suerte o intervención divina, ninguno de los prisioneros cristianos resultó herido.
El barco de los xuetes
El barrio judío de Palma conserva muchos de sus antiguos rasgos medievales. Aquí vivió, durante siglos, la comunidad judía. A finales del siglo XIV, con el asalto a la judería, la tranquilidad terminó para ellos y, durante los años siguientes, sufrieron persecuciones y fueron obligados a convertirse al cristianismo. Precisamente, estos conversos, conocidos en Mallorca como los xuetes, fueron perseguidos por la Inquisición, acusados de no abandonar el judaísmo. Por este motivo, el 7 de marzo de 1688, un grupo numeroso de xuetes deciden huir de la isla en un barco inglés. Sin embargo, una vez embarcados, se desató una tormenta que les impidió zarpar. De vuelta al puerto de Palma, la Inquisición los apresó para juzgarlos.
El Drac de Na Coca
Una de las leyendas más famosas de Palma ocurre a finales del siglo XVIII. El protagonista de esta historia es un dragón, el Drac de Na Coca, que merodeaba por la zona de la Catedral. Cuando el hambre acuciaba a la bestia, esta salía de cacería y se extendió el rumor de que algunos niños habían terminado entre sus fauces. Una noche, el caballero Bartomeu Coc, se encontró al dragón de camino a casa de su amada y, con su espada, acabó con la vida del fiero animal que resultó ser más terrenal de lo esperado: un cocodrilo que hoy se puede ver disecado a poca distancia del lugar donde apareció, en el Museo Diocesano de Palma.
La difunta del Convento de Santa Clara
A poca distancia del Museo Diocesano, en la calle de Can Fonollar, 2, podemos contemplar la portada manierista de la iglesia del Convento de Santa Clara. Esta parte del edificio data del siglo XVII, aunque el convento franciscano se levantó mucho antes, en tiempos de Jaime I y fue reformado durante el siglo XV.
En su interior se ambienta una de las leyendas de la ciudad de Palma. Se cuenta que en esta iglesia se estaba velando el cuerpo de una dama de la alta nobleza mallorquina que iba a ser enterrada con un valioso anillo. Varios guardianes custodiaban su cuerpo y, cuando cayó la noche, uno de ellos, aprovechando que el cansancio había vencido a sus compañeros, no pudo resistir la tentación de agenciarse tan valioso objeto. Se acercó al cuerpo inerte y, ante la dificultad de retirárselo del dedo, mordió para hacer fuerza. En ese momento, la mujer despertó del letargo evitándose, de esta manera, su entierro en vida.
Varias rutas guiadas, como las de Rutas de Palma o Mallorca Rutes, acercan a los visitantes a las historias y leyendas que existen detrás de algunos lugares de Palma. Las cuentan sus guías turísticos, mientras que las piedras callan.