Por carlos javier ontivero, en Innovación

Turismo y Museos

16 febrero, 2017 (20:31:34)

AUTOR DR. MG CARLOS JAVIER ONTIVERO ABOGADO Y MAGISTER EN GESTION TURISTICA DE LA UNLP

MAIL cjoturismo@gmail.com

TURISMO TEMATICO TURISMO CULTURAL DE MUSEOS- TURISMO TEMATICO DE MUSEO

Algunos son los factores que han jugado un papel importante en el desarrollo del turismo temático

La búsqueda de nuevas experiencias por parte de la demanda

Regiones menos favorecidas por el turismo que buscan nuevas formas de atrraccion a sus destinos para utilizarlo como una herramienta de desarrollo económico

Constante búsqueda de ventajas competitivas en el destino

Turismo Cultural basado en las atracciones culturales que posee el destino, ya sean permanentes o temporales , ttales como museos.

Ana Moreno - Museo Thyssen-Bornemisza-En colaboración con la Fundación Universidad Rey Juan Carlos y . Plan Avanza. Del 23 al 27 de julio de 2007

Los grandes museos han sido siempre destino del turismo cultural, igual que lo han sido los monumentos, los edificios históricos o las ciudades históricas. De hecho, el turismo de las ciudades, aunque también ha podido ser comercial o gastronómico, muy a menudo es un turismo cultural. Si pensamos en las ciudades europeas vemos cómo esto es así en París, en Roma, en Florencia, en Viena o en Atenas. Y en España, las visitas turísticas obligadas tradicionalmente (para el que no hiciera turismo de sol y playa) han sido la Mezquita de Córdoba, la Alambra de Granada, El Escorial, Toledo y el Museo del Prado. Es verdad que dentro de este turismo urbano cultural se incluían sólo algunos de los museos, aquellos más importantes.

La incorporación “oficial” de los museos de forma genérica al turismo cultural es, en España, algo relativamente reciente. Y digo en España, porque en otros países, donde la tradición del turismo cultural es mucho más antigua, los museos ya estaban incorporados en estos circuitos, y en muchos casos eran los motores de dichos circuitos. No hace falta citar ejemplos como el Louvre, los Ufficci o la National Gallery.

En nuestro país, sólo desde hace unos años se ha incluido las visitas a los museos dentro de la oferta turística de las ciudades. El camino recorrido para estos museos ha pasado de una fase, llamémosla prototurística, en la que el museo estaba centrado en la conservación y presentación de sus colecciones, a una segunda fase (pre-turística) en la que, de manera receptiva, se intentaba dar mejor legibilidad a los contenidos, evolucionando hacia una mayor atención en el servicio (mejores dotaciones, tienda, cafetería, folletos y publicaciones en varios idiomas ...), pero siempre dentro del museo. Desde hace unos pocos años hemos llegado a la era turística, en la que la gestión incorpora el concepto de marketing, es decir, la captación de visitantes: el museo sale fuera, se promociona, se da a conocer y define acciones y estrategias de captación y aumento de audiencias.

Es un proceso en el que han participado conjuntamente las administraciones públicas que se ocupan de turismo junto con los propios museos, respondiendo a la creciente demanda por parte de los agentes privados que mueven el turismo cultural. Y una cosa lleva a la otra: a mayor demanda, mayor oferta, que a su vez genera mayor demanda.

Las atracciones son uno de los principales componentes del sistema turistico según Leiper “ los viajeros se desplazan desde la región de origen hacia.

“La búsqueda del concepto de cultura es una tarea intelectual valiosa aunque no imprescindible en el manejo de las ideas, en la historia de éstas y en la proyección que tienen para la comprensión de lo real, lo imaginario y lo social. La gestión de cultura es una función social relacionada con la percepción, el manejo y el disfrute de lo cognitivo y, a partir de ello, con el desarrollo de la convivencia con vistas a mejorarla. Naturalmente esa búsqueda y esta función no sólo son compatibles sino que su conjunción es del todo recomendable. Ahora bien, en el ejercicio más o menos prolongado de la gestión cultural sucede que la idea de cultura tiende a enfocarse conforme a pautas de la praxis, a adaptarse en una historia particular de prioridades, satisfacciones obtenidas, desencantos almacenados en la memoria, deducciones; una historia con sesgo, llamémosle vital. Un enfoque así es sin duda resultado de una trayectoria intelectual concreta, pero conviene tener presente que no siempre ha sido fruto de búsqueda entre las ideas y que en ocasiones ha venido a ser un cúmulo o una síntesis de hallazgos”- El problema de la mentalidad

Cualquier percepción es garantía de subjetividad. Lo que no implica sistemáticamente el hecho de percibir es la intervención exclusiva del individuo, del yo. Percibimos la cultura —y procedemos o no a conceptuarla— como complejidad dada acerca de la cual pueden existir consensos del grupo y de la sociedad por extensión en los que ela-boramos «nuestra» idea de cultura —incluso una contra-idea de cultura, si fuere el caso—, consensos desde los que podemos teorizar cómo la cultura es conocimiento —pero no «el» conocimiento, es decir, que no comporta género alguno de canon inamovible o dogma exento de crítica—. Pero eso mismo lo constatamos en la praxis mediante ideas apriorísticas de las que podemos pensar que son intuiciones, aunque seguramente se trate de ideas inherentes al proceso de socialización. La cultura, en fin, la percibimos/intuimos desde la mentalidad. Aunque sea cierto que en el campo cultural nos guste más hablar del imaginario porque pareciera una versión de la mentalidad ya contaminada por la pulsión creativa; interpretación que convendría revisar desde sus orígenes en la historiografía francesa.

Lo relevante es que la mentalidad no es estática ni hermética aunque evolucione lentamente, diríase que imperceptiblemente; más aún, ha de tenerse en cuenta que como resultado eidético e histórico es cambiante por naturaleza e incluso, en coyunturas condicionadas por grandes traumas colectivos como grandes guerras o desastres naturales experimenta cambios sustanciales, radicales incluso, que justamente invitan a la conceptualización de una «nueva era», y que Occidente tiende a interpretar siempre en un sentido liberador, de progreso humano, cosa que también cabría cuestionarse. Como quiera que sea la mentalidad comporta y desplaza en el tiempo estructuras profundas de percepción e interpretación de lo real y de lo imaginario, de sí misma incluso: arquetipos, valores o cualidades de lo real, pero también prejuicios y arcanos entre los que no deja de figurar la cultura misma.

La gestión de cultura no puede escapar a la mentalidad ni eludir sus factores constitutivos porque opera en ella y con ellos, de manera que la conceptuación de la cultura por quien la gestiona ha de tener este punto de partida muy en cuenta y saber preguntarse cómo es esa mentalidad, qué vectores eidéticos están presentes o latentes en ella. En principio esa averiguación no parece dificultosa porque siempre es posible identificar un catálogo básico de lo que la gente pensamos acerca de muchas cosas, cultura incluida. Pero esa operación elemental suele quedarse en una observación con parámetros comparativos, en ocasiones incluso tangenciales, ya que recurrimos a fijar y contrastar prejuicios, costumbres, gustos extendidos, modas entusiastas, tópicos o lugares comunes referidos a sectores concretos de la cultura: hacemos un catálogo de valores asignados en la música o las letras o las fiestas, en positivo o negativo, naturalmente. Además contamos con una herramienta relativamente reciente para cualificar lo que puedan ser meras aquiescencias en el entorno social inmediato, como son los estudios estadísticos sobre hábitos y consumo, en nuestro caso de índole cultural.

Los hábitos culturales que suelen medirse informan de tendencias cuantificables que sin duda están insertas en la mentalidad, proceden de ella y la matizan a la vez. Tienen, eso sí, una fundamentación en la oferta y demanda concretas y en un interés estratégico ligado a la materialidad de la cultura que, sin que ello implique minusvaloración, permiten conceptualizar a partir de comportamientos socio-económicos metodológicamente contrastables pero no de las ideas que subyazcan en ellos. Por ejemplo nos ilustran suficientemente sobre el gusto dominante, pero casi nada sobre el gusto insatisfecho que no sabremos si la gestión podría paliar, revertir o compensar de algún modo. Nuestro enfoque ante la mentalidad como contexto de gestión cultural es que nos hemos acostumbrado a aproximarnos estadísticamente a sus síntomas pero no hemos dado un paso más, hacia una demoscopia que hurgue en el sentido precisamente de las ideas comunes y nos acerque a los valores, tópicos, también variaciones de la «cultura» en cada universo social. Porque es distinta la cultura que se consume o se usa porque está a disposición, que una cultura deseada, o esperada o sólo intuida pero no accesible. Resolver este posible desencuentro de conceptos en relación a la mentalidad-Pedro A. Vives Azancot

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