¿Tasa turística?
22 julio, 2019 (03:41:02)Noviembre de 1998. Aeropuerto de Punta Cana (República Dominicana). Una especie de terminal a caballo entre el Honolulu de las películas dulzonas de Elvis Presley en los años 50 y la Cuba de Batista. Había pasado diez días de película y me disponía a coger el vuelo chárter de vuelta hacia España. Todos los trámites pasados, facturación completada, tarjeta de embarque en mano y camino de la puerta para acceder al área de salidas. De repente, una mesa en medio del pasillo en el que estaba sentado un señor de unos 120 kilos, camisa blanca impecable, imposible de evitar por ninguno de los pasajeros que estábamos debajo de aquel techo hecho con hojas de palma en cola para salir del paraíso. ¿Ocurre algo? No, caballero, es que tiene que pagar 10 dólares. ¿Por? Es la tasa para salir del país. Ah, cartera y diez dólares para el fulano, que a cambio me dio un papelito que ya nadie volvería a pedirme, y que lo mismo podía ser un resguardo que el ticket de la cola del pescado.
Acababa de pagar una tasa ¿turística? a un tipo que, por supuesto, no me amplió la información, tras diez días tirado en el paraíso. Con una sonrisa tonta en los labios, y, por supuesto, con la seguridad de que a todos los pasajeros del vuelo charter de Air Europa entre Punta Cana y Madrid nos habían estafado, embarcamos. Ocho horas después aterrizábamos en Barajas.
No he vuelto a la República Dominicana, pero no por haber tenido que pagar la tasa turística, ni siquiera por haber asistido a ver cómo a una pareja de turistas argentinos en el hotel en el que me alojaba (pulserita incluida) les cobraron 5.000 pesetas por una botella de «Cordorniu» de no más, entonces, de doscientas pesetas (menos de dos euros). No he vuelto porque en el mundo quedan muchas playas por explorar, pero, ojo, yo no soy un turista británico que sí repite año tras años sus vacaciones en Benidorm.
Del tipo que se quedó con mis diez dólares no me olvido, pero en los últimos días su enorme figura me ha vuelto todavía más a la cabeza tras volver a abrirse en el seno del nuevo Botànic el debate sobre la idoneidad de implantar una tasa que grave la estancia a nuestros turistas, una medida que afectaría, más que a ninguna otra provincia, directamente a Alicante por su volumen de turistas. Compromís y Podemos, en ese a veces afán por ser más progres, igualitarios, conservacionistas y guais que el resto de los humanos, han vuelto a desempolvar la vieja aspiración de la tasa turística. Y lo hacen mirando, sin embargo, hacia otro lado cuando se empiezan a conocer, por ejemplo, los datos económicos de A Punt, o que el Consell del cambio, el de la recuperación reputacional, dispara el gasto público en asesores.
Como Cataluña, Baleares, Ámsterdam, Berlín, Bruselas, Lisboa, Oporto, París, Praga, Roma, Viena? y hasta Malta cobran la tasa turística... la Comunidad Valenciana en general y la Costa Blanca en particular tienen también que recaudarla. ¿El objetivo? Ya veremos. Ahora bien, ¿tasa turística? París, Roma, Viena tienen cosas que ofrecer muy concretas. Nosotros, playas excelentes, pero las mimas o mejores las tienen también Turquía y Túnez, a los que solo falta pagar a las aerolíneas para que les lleven visitantes.
Un turista de Manchester o de Albacete no va a dejar de venir, en principio, a un hotel de Benidorm porque al pagar la factura el recepcionista de turno le diga aquello de que me debe usted 30 euros más porque su estancia está gravada con uno o dos euros por noche, pero ¿tiene sentido castigar al sector turístico con un nuevo impuesto cuando, precisamente, el hotelero es uno de los más regulados de la Comunidad?
Partiendo de la base de que el turista que se aloja en un hotel de Barcelona o Viena no es el mismo, además, que el que elige la Costa Blanca, cuanto la vida laboral o la zona en la que el euro se pelea hasta el último céntimo, resulta desolador escuchar los planteamientos de los diputados que, sin embargo, no han movido un dedo para denunciar, por ejemplo, que el sector lleva financiando el turismo del Imserso desde hace diez años con los precios congelados. Hoteles y apartamentos reglados que reciben la visita de los inspectores de turno para supervisar sus instalaciones al milímetro, cuando día tras día tienen que pelear con la presión de los touroperadores o ver cómo el vecino, las multimillonarias plataformas Airbnb o Homeway, entre otras, publicitan alojamientos ilegales que escapan a todo tipo de control en los que seguro se ha alojado alguna vez alguno de los diputados que exigen la tasa turística.
O sea, ¿favorecen el intrusismo en el sector y luego sacan el látigo contra los hoteles y apartamentos reglados? Más les valdría pelear en las Cortes porque el Turismo deje de ser la Cenicienta de los presupuestos que trabajar por implantar tasas recaudatorias en un sector que mira hasta el último grano de arroz del bufé para que salgan las cuentas. Ojo, una actividad que supone el 15% del PIB y que mantiene 500.000 empleos, entre fijos y temporales al año en la Costa Blanca. Más les valdría mirar un poco más por los administrados y predicar con el ejemplo. O es que es de recibo que algunos diputados y cargos públicos dispongan, al margen de su sueldo, dietas de alojamiento y desplazamiento porque durante cuatro años se van a trabajar a València. Bajen a la arena, estudien las tarifas reales del alojamiento y luego reflexionen.
¿Tasa turística? Con la presión fiscal es suficiente, señorías. Que Benidorm, Alicante o Elche no trabajan como en París o Formentera, donde por un colacao en un chiringuito te llegan a pedir 10 euros.
Más les valdría, insisto, a diputados y al propio Consell velar por otros problemas como el que comienza a detectarse en muchos municipios turísticos, relacionado con la inseguridad ciudadana. Antes que plantearse la tasa turística debían pararse a pensar, y aquí la responsabilidad también hay que trasladarla al propio ayuntamiento, cómo parar la degradación que sufre, por ejemplo, una parte del Rincón de Loix en Benidorm. En concreto, la llamada zona guiri, y no precisamente por el comportamiento de los turistas británicos. El problema es más serio y parece que las autoridades han optado desde hace dos años por mirar hacia otro lado en vez de resolverlo.
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