El turismo español y el nuevo lenguaje político
23 noviembre, 2020 (14:09:45)Estamos ante un nuevo lenguaje con conceptos que se presentan como novedosos, tales como empatía, resiliencia, co-gobernanza. Son términos vagos, flexibles, polisémicos. Muy apropiados para el lenguaje político presente, que es ambiguo, cualquier cosa menos claro, unívoco y cristalino. O sea no fácilmente entendible por el pueblo soberano. Si es que el pueblo sigue siendo soberano. Vamos a plegarnos al nuevo lenguaje, aplicando sus términos a la presente situación del turismo español, con la esperanza de que los responsables políticos entiendan el mensaje y se apliquen a diseñar las respuestas más adecuadas a la crisis de supervivencia que atraviesa la actividad turística en España.
Empecemos por la empatía. Miembros del Gobierno han denostado públicamente al turismo achacando a su importancia relativa en el PIB nacional, en el empleo y en la balanza de pagos, buena parte de los males que padece nuestra economía. Poca empatía, tal como se ha manifestado por algunos miembros del Gobierno sin que esta opinión negativa se hayan contrarrestado por otros ministros. Este mensaje ha sido aceptado, de forma dócil y sin capacidad de análisis crítico, por algunos medios de comunicación, ignorando que el turismo ha sido un instrumento decisivo en la modernización económica y social de España y ha sido fundamental para transmitir una imagen de país eficiente, competitivo y capaz de internacionalizar sus empresas, tarea nada fácil como bien saben otros sectores productivos de nuestra economía. Frente a la visión negativa del turismo, es preciso afirmar rotundamente, porque así lo avalan los hechos, que el sector turístico no es un obstáculo que se opone o impide una mayor diversificación de nuestra economía. Por el contrario, ha aportado en el pasado y sigue constituyendo la base imprescindible para que no se estrangule la balanza de pagos y haya financiación exterior para el desarrollo de otros sectores productivos. Es más, cada euro generado por el turismo, induce prácticamente otro en el resto de los sectores de la economía nacional. Póngase el Gobierno, y en especial los ministros tan poco empáticos con la actividad turística, a la ingente e ilusionante tarea de diversificar nuestro sistema productivo. Generen industrias y servicios en nuestras costas e islas. El turismo no lo impide. Por el contrario la actividad turística continuará ofreciendo empleo (más de 2,5 millones de puestos de trabajo) mientras otros sectores productivos, inteligentemente promovidos por esos ministros que menosprecian al turismo, se desarrollan con sus conocimientos e impulsos y puedan absorber esa ingente mano de obra. Hasta ahora no se han visto iniciativas en este sentido. Se corre, por tanto el riesgo, de que nos quedemos sin el uno y los otros.
Sigamos con la resiliencia. Y para ello no es preciso partir de un profundo análisis económico, sino del principio general de Guillermo de Ockham (“la navaja de Ockham”), aplicado por Bertand Russell, según el cual siempre ha de optarse por una explicación en términos del menos número posible de causas, factores o variables. Apliquemos este análisis a la situación del turismo español: si el turismo es el primer sector productivo de la economía española en términos de PIB, empleo y contribución a las balanzas de pagos y fiscal, lo lógico es concentrar el esfuerzo de la política económica en mantener la estructura productiva del sector turístico y recuperar la actividad turística, como la palanca más eficaz para recuperar la economía nacional. La diversificación de la economía nacional, como proceso a medio y largo plazo, bienvenida sea y además se apoyará en la fortaleza de la recuperación turística. Partiendo de esta premisa, la política económica española debería plantaerse si está haciendo lo suficiente para mantener la estructura productiva de un sector, que es el que más se ha visto afectado, por estar basado en las relaciones personales, y por tanto en el que más han incidido las limitaciones administrativas basadas en razones sanitarias. Otros países, en los que el turismo es menos importante para su economía, han diseñado planes específicos para el sector turístico mediante ayudas financieras, ayudas directas y disminución de impuestos y cargas sociales. El Gobierno español se ha limitado a ayudas crediticias, que únicamente posponen la solución definitiva mientras se prolongan los ceses de actividad decretados por razones sanitarias. Pan para hoy y hambre para mañana. Más deuda pública y sin la garantía de futuro que ofrecerían ayudas más generosas, a la vez que más discriminadas en función de la capacidad de las empresas para sobrevivir a la crisis generada por la pandemia, tal como están adoptando otros miembros de la Unión Europea.
Finalmente, abordemos la gobernanza (sustitutivo del clásico buen gobierno) y su derivada y enfatizada co-gobernanza. El Gobierno español ha dado muestras en la gestión de la pandemia de una muy variable interpretación de este criterio. Desde una gestión centralizada inicial se ha dado paso, sin la menor explicación, a un pleno desistimiento y traspaso de la responsabilidad a las Comunidades Autónomas. Siempre parece más eficaz una actuación coordinada, pero habrá que admitir que ante la inacción del Gobierno nacional, las iniciativas de las Comunidades Autónomas para prestar ayuda directa a los sectores turísticos más afectados (Transporte, alojamiento, distribución, HORECA: hostelería, restauración, cafeterías), constituyen un motivo de esperanza. Un sistema tan descentralizado como el español genera notables disfunciones en áreas fundamentales como sanidad, seguridad y educación, pero puede ser también un cierto contrapeso frente a la inacción o el sectarismo. Sería deseable que los Ayuntamientos también contribuyeran al apoyo a la actividad turística, mediante la flexibilización de sus reglas urbanísticas y fiscales para ayudar a estos sectores a superar la crisis. Se echa en falta una actuación de la Federación de Municipios y Provincias y sólo cabe mencionar la actuación favorable de algunos municipios como el de Madrid. Otros, al igual que las Comunidades Autónomas que impusieron la mal denominada “tasa turística”, continúan aferrados a la recaudación fiscal ignorando que su actitud contribuye a agravar la situación del sector turístico.
En definitiva: dejémonos de los etéreos y equívocos términos del nuevo lenguaje y abordemos con decisión y realismo la gravísima situación del sector turístico con medidas eficaces como el mejor instrumento de la política económica para que la economía nacional se recupere y, en definitiva y una vez recuperado su vigor, pueda afrontar nuevas etapas de desarrollo y diversificación que contribuyan al bienestar de la sociedad española.
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