Un análisis de Esther Mascaró

Mascarillas, restricciones y distancia social hasta que haya vacuna

La COVID-19 puede afectar al 40% de la población mundial, según los expertos

Publicada 21/08/20 -Actualizada 15/09/20 02:01h
Mascarillas, restricciones y distancia social hasta que haya vacuna

Análisis/ Los epidemiólogos tienen claro que es preferible minimizar las interacciones sociales, mantener la distancia física, hacer test generalizados y, sobre todo, llevar mascarilla, hasta que haya una vacuna efectiva y disponible para todos contra el SARS-CoV-2, el virus que ha causado la COVID-19. La alternativa, dicen, es el cierre de la economía, algo que ya hemos experimentado. Esta semana muchos destinos turísticos españoles han tenido que dar marcha atrás en las medidas de apertura que se han ido aplicando desde que finalizó el estado de alarma, el 21 de junio. El cierre de los locales de ocio ha sido una de las medidas más polémicas, pero las restricciones han regresado también a los bares y restaurantes, y de momento no se ve un horizonte de mejora (Sanidad anuncia el cierre del ocio nocturno en toda España y Así son las nuevas restricciones por los rebrotes en España).

Aunque las autoridades sanitarias alertaban de que "el coronavirus sigue estando entre nosotros" y esperaban ciertos repuntes de la enfermedad que causa, los efectos de esos rebrotes sobre el sector turístico han sido tremendos ("Las cuarentenas están llevando a España al peor escenario") justo en un momento en que muchos hoteleros se habían decidido a abrir establecimientos, si no esperando gran afluencia de clientes, al menos sí convencidos de que para el empleo y para sus trabajadores era mejor abrir que permanecer cerrados.

La situación se ha llevado las pequeñas esperanzas de un verano tardío e incierto, y ya esta semana Exceltur pedía un rescate para el turismo ante unas pérdidas que valora en 98.753 millones de euros debido a los rebrotes. Y por primera vez alguien se atrevía a poner sobre la mesa la necesaria prórroga de los ERTE hasta la Semana Santa de 2021 (Exceltur eleva las pérdidas del turismo a 98.753 M € debido a los rebrotes).

Que el virus sigue entre nosotros lo hemos constatado en muchos destinos turísticos de España, ciudades y localidades de segundas residencias. El lunes de esta semana las autoridades anunciaban 16.000 nuevos casos en tres días, unas cifras que nos retrotraen al mes de marzo, aunque es cierto que la gravedad de los infectados no tiene nada que ver con la situación que se dio entonces.

Un virus menos letal pero más peligroso

Ocurre que este virus que nos ataca es un asesino potencial que actúa silenciosamente. Por eso es tan peligroso. Dice en un artículo en The Economist Nicholas A. Christakis, médico y sociólogo de la Universidad de Yale que investiga las redes sociales y la epidemiología, que aunque el virus SARS-CoV-1, causante de la enfermedad conocida como SARS, es mucho más letal que el virus que nos afecta actualmente -el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19-, éste último se ha apuntado muchas más muertes. El primero apareció en 2002 y se expandió a 30 países, infectó "solamente" a 8.422 personas y mató a 916 antes de ser declarado controlado por la OMS. Y eso con una tasa de letalidad del virus del 11%.

Sin embargo, el coronavirus que nos ataca actualmente, con una tasa de letalidad de entre el 0,5 y el 1,2%, por lo tanto siendo una décima parte menos mortal de lo que fue el SARS, ha infectado ya a 22 millones de personas y ha matado a 700.000 hasta ahora. ¿Cómo es eso posible?

Nos han atacado dos virus de la familia de los coronavirus, uno en 2002 y otro en 2019 aunque llegó a Europa en 2020. Imagen del CSIC.

En qué se parecen y en qué son distintos

Christakis explica que ambos virus se parecen, en la superficie, en muchas cosas: ambos pertenecen a la familia de los coronavirus y su secuencia genética es un 79% idéntica. Ambos emergieron de China a finales de otoño, en lugares donde los animales y las personas mantienen un contacto cercano: el primero en un mercado de pescados y mariscos de Guandong, y el segundo en un mercado similar en Wuhan. Ambos producen dolencias respiratorias y pueden ser letales. Incluso su transmisibilidad (el famoso R0, su número de reproducción o número reproductivo básico) es también parecido, con una víctima infectando de media a otras tres personas.

Sin embargo, las diferencias entre ambos virus son mucho más determinantes y explican lo sucedido con el virus de la COVID-19, ya que su primo, aun siendo más letal, tenía cualidades que hacían más difícil su expansión y más fácil su control.

EL SARS no se propagó tanto, paradójicamente, porque era más letal, explica Christakis, y no había tantas personas contagiadas sin saberlo andando por el mundo y haciendo vida casi normal, mientras contagian a otras personas en una cadena difícilmente controlable. El hecho de que los síntomas sean tan variados, que muchos infectados sean asintomáticos, que en ocasiones parezca una gripe o un simple resfriado, ha hecho, según este investigador, que muchas personas y también algunos gobiernos, hayan tomado la situación de una forma menos seria y hayan tardado en aplicar medidas, o no las hayan aplicado en absoluto, o las hayan relajado antes de tiempo.

¿Economía o salud?

Sea como sea, el resultado de todo ello es lo que estamos viviendo en este momento. Y sí, en el fondo, la difícil elección siempre ha sido y sigue siendo la misma: ¿la salud pública o la economía? En su momento, el primer ministro británico Boris Johnson eligió salvar la economía (Boris Johnson decide no tomar medidas para parar el coronavirus), contrariamente a lo que hicieron otros países de nuestro entorno. Luego, él mismo cayó enfermo y fue finalmente consciente de lo que estaba sucediendo, aunque su gobierno siempre ha sido más activo tomando medidas de cara al exterior, como la cuarentena que aprobó a principios de junio (La cuarentena del Reino Unido: cosa de políticos y no de científicos), aunque pudo ser burlada posteriormente, durante un tiempo, por los llamados puentes aéreos. Como sabemos, la situación volvió al principio en julio, con una cuarentena que afectó a los destinos turísticos principales de los británicos, muchos de ellos españoles.

El investigador Nicholas A. Christakis también se refiere a ello en su artículo, y dice, literalmente: "aunque muchas personas se resisten al uso de mascarillas faciales, quizá entiendan que son mejores que cerrar la economía o contar bolsas para cadáveres. Dada la epidemiología del virus, la mejor respuesta es hacer lo que las autoridades sanitarias recomiendan, aunque ello no siempre se ha hecho en nuestras comunidades. Hasta que una vacuna efectiva se haya desarrollado y esté disponible para todos, minimice las interacciones sociales, mantenga la distancia física, implemente test generalizados y sí, lleve mascarilla".

Lo que nos espera

La economía no podría resistir otro cierre, esto parece claro para todos. La situación actual, aun con las dificultades y la incertidumbre que provoca, es mejor que el cierre total que vivimos durante el estado de alarma. Pero el virus sigue entre nosotros, y en España lo estamos viendo cada día. Es cierto que las medidas adoptadas por el Reino Unido y Alemania quizá no estén plenamente justificadas, sobre todo porque también en esos países la infección sigue viva. Pero está claro que tenemos rebrotes que hay que controlar, entre otras razones, porque nadie sabe lo que puede pasar cuando llegue el otoño.

"La característica distintiva del virus que hay detrás de la COVID-19 significa que infectará inexorablemente a un porcentaje grande de personas en el mundo antes de que la pandemia siga su curso, un parámetro epidemiológico conocido como "tasa de ataque", explica Christakis

"Para el SARS, la tasa de ataque fue infinitesimal: solamente 8.422 personas de una población global de 6.300 millones en 2003, justo el 0,00013%. Para la COVID-19, al menos el 40% de los 7.600 millones de personas serán probablemente infectadas, con millones de muertes. Nos queda un largo y penoso camino que andar. Así que será mejor que respondamos sabiamente", concluye Christakis.

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